No debéis perder las preciosas horas del sábado, levantándoos tarde. En el sábado la familia debe levantarse temprano. Despertando tarde, es fácil complicarse con la comida matinal y con la preparación para el estudio de la Palabra. Eso trae como consecuencia prisa, impaciencia y precipitación, dando lugar a que la familia se vea poseía de sentimientos impropios en ese día. Profanado de esta manera el sábado, se hace un fardo, y su aproximación será para ella antes un motivo de desagrado en vez de regocijo.
No debemos, en el sábado, aumentar la cantidad de alimento o preparar mayor variedad que en los otros días. Al contrario, la comida del sábado debe ser más simple, siendo conveniente comer menos que lo de costumbre, a fin de tener el espíritu claro y en condiciones de comprender los temas espirituales. La alimentación en exceso entorpece la mente. Las más preciosas verdades pueden ser oídas sin ser apreciadas, por estar la mente oscurecida por un régimen alimenticio impropio. Por comer demasiado a los sábados, muchos han contribuido más de lo que imaginan para deshonrar a Dios.
Aun cuando deba la gente abstenerse de cocinar los sábados, no es necesario ingerir la comida fría. En días fríos, conviene calentar el alimento preparado en el día anterior. Las comidas, ya que son simples, deben ser apetitosas y atrayentes. Trátese de hacer cualquier plato especial, que la familia no acostumbra comer todos los días.
En el culto familiar, tomen parte también los niños, cada cual con su Biblia, leyendo de ella uno o dos versículos. Cántese entonces un himno preferido, seguido de oración. De esta, Cristo nos dejó un modelo. La oración del Señor no fue destinada para ser simplemente repetida como una fórmula, sino que es una ilustración de como deben ser nuestras oraciones, simples, fervorosas y abarcantes. En sincera petición, contadle al Señor vuestras necesidades y exprimida gratitud por Sus favores. De este modo saludaréis a Jesús como huésped bienvenido en vuestro hogar y corazón. En familia conviene evitar oraciones largas y sobre asuntos remotos. Esas oraciones enfadan, en vez de constituir un privilegio y una bendición. Haced de la hora de la oración un momento deleitable e interesante.
El culto de predicación ocupan apenas una parte del sábado. El tiempo restante podrá ser pasado en casa y ser el más precioso y sagrado que el sábado proporciona. Buena parte de ese tiempo deberán los padres pasar con los hijos. En muchas familias, los hijos menores son abandonados a sí mismos, a fin de que se entretengan como mejor puedan. Abandonados a sí mismos, los niños en breve se ponen inquietos y comienzan a jugar o a ocuparse de cosas ilícitas. De este modo el sábado pierde para ellos su importancia sagrada.
Cuando hace buen tiempo, deberán los padres salir con los hijos a paseo por los campos y bosques. En medio a las bellas cosas de la Naturaleza, explíquenles la razón de la institución del sábado. Descríbanles la gran obra de la creación de Dios. Cuéntenles que la Tierra, cuando El la hizo, era bella y sin pecado. Cada flor, arbusto y árbol correspondían al propósito divino. Todo sobre lo que el hombre posaba su mirada, lo deleitaba, sugiriéndole pensamientos del amor divino. Todos los sonidos eran armoniosos, y en consonancia con la voz de Dios. Mostradle que fue el pecado que marcó esa obra perfecta; que las espinas, cardos, aflicción, dolor y muerte son el resultado de la desobediencia a Dios. Hacedles notar, también, que, a pesar de la maldición del pecado, la Tierra aun revela la bondad divina. Los verdes campos, los árboles altaneros, el alegre sol, las nubes, el rocío, el silencio solemne de la noche, la magnificencia del cielo estrellado, la belleza de la luna, dan testimonio del Creador. No cae del Cielo ninguna gota de lluvia, ningún rayo de luz incide sobre este mundo ingrato, sin testificar de la longanimidad y del amor de Dios.
Habladles del plano de la salvación; que “Dios amó al mundo de tal manera que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree no perezca, mas tenga la vida eterna” Juan 3:16. Repetidles la dulce historia de Belén. Presentadles como Jesús fue un hijo obediente a los padres, como fue joven fiel y diligente, ayudando a proveer el sustento de la familia. De ese modo les podéis dar a entender también que el Salvador conoce las probaciones, dificultades y tentaciones, esperanzas y alegrías de la juventud, estando por eso en condición de darles simpatía y apoyo. De vez en cuando, leedles las interesantes historias contenidas en la Biblia. Preguntadles acerca de lo que aprendieron en la Escuela Sabática, y estudiad con ellos la lección del sábado siguiente.
A la puesta del sol, elevad la voz en oración y cánticos de loor a Dios, celebrando el término del sábado y pidiendo la asistencia del Señor para los cuidados de la nueva semana.
De este modo los padres podrán hacer del sábado lo que en realidad debe ser, esto es, el más alegre de los días de la semana, induciendo así a los hijos a considerarlo un día deleitoso, el día por excelencia, santo al Señor y digno de honra.
Os exhorto, queridos hermanos y hermanas: Acuérdate “del día de sábado, para santificarlo”. Si deseáis ver vuestros hijos observando el sábado conforme el mandamiento, debéis enseñarles esto, tanto por precepto como por el ejemplo. La verdad, profundamente impresa en el corazón, jamás habrá de ser totalmente olvidada. Podrá ser oscurecida, pero nunca destruida. Las impresiones hechas en la tierna infancia, han de manifestarse también en los años futuros. Las circunstancias pueden separar los hijos de los padres, y apartarlos del convivo familiar, pero por toda la vida las instrucciones recibidas en la infancia y mocedad les han de ser una bendición.