La expresión latina Habemus Papam, que significa tenemos Papa, fue pronunciada hace unas semanas por el cardenal designado para anunciar al pueblo romano y a todo el mundo la elección de un nuevo pontífice. Ese día histórico, desde el balcón central de la basílica de San Pedro en el Vaticano, el ahora nuevo Papa pronunció su primer discurso al mundo tras el cónclave de cardenales.
La llegada de un nuevo Papa suscita muchas expectativas a todos, en general, y a los más de mil millones de miembros de su rebaño, en particular; es decir, al menos a uno de cada seis habitantes del mundo que profesa la fe católica. Brasil es el país de mayor población católica en el mundo, con el 12.2 por ciento; por encima de los 8.8 por ciento de católicos que viven en México.*
El papado, que afirma ser la fiel sucesión del primado que Jesús le concedió al apóstol Pedro, enlista más de doscientos nombres de papas desde San Pedro. En este vértice de la historia del cristianismo, cabe preguntarse si el humilde apóstol pescador aceptaría hoy que él fue el primer Papa que recibió de Jesucristo la suprema autoridad pontificia. Veamos la respuesta en la Santa Biblia:
El silencio del doctor Lucas
En los libros del doctor Lucas (el Evangelio según San Lucas y Hechos de los Apóstoles), no se habla nada acerca de que se le haya conferido la supremacía al apóstol Pedro. Este silencio habla por sí solo, puesto que en el libro de Hechos se registran los episodios relevantes de la naciente iglesia establecida por Cristo. ¿Será justo que un asunto tan importante como la designación del primer jerarca de la iglesia quedara sin ser registrado en las páginas de la historia sagrada? ¡Imposible! Ese no era un detalle, y menos un detalle omisible.
El silencio epistolar
Es impresionante la mudez del apóstol Pablo, autor de catorce libros del Nuevo Testamento. ¿Será que el primado apostólico de Pedro habría quedado fuera en tantas epístolas de Pablo si hubiese sido un hecho cierto? ¡Jamás! El mismo apóstol Pablo en su discurso de despedida aclaró públicamente: “Porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios” (Hechos 20:27). Si Pablo no lo escribió, fue porque Pedro no quedó con una posición dirigencial mayor que la de sus demás colegas. En la carta a los Romanos, cuando Pablo le envía saludos a los cristianos de Roma, omite mencionar a Pedro (Romanos 16:3-15). ¿Cómo iba a ser posible que un hombre con privilegios tan importantes para la iglesia fuera dejado a un lado en la estima del apóstol Pablo? No fue una falta de cortesía del apóstol; simplemente Pedro no ocupaba la silla religiosa del Imperio Romano.
Sin embargo, este mismo apóstol Pablo tributó el correspondiente respeto a las autoridades religiosas cuando era debido: ante el jerarca Ananías se disculpó cuando descubrió que no le había dado a éste el reconocimiento merecido como sumo sacerdote. Leamos: “Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos, yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca. Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear? Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo” (Hechos 23:1-5). Pero en relación al apóstol Pedro, por no haber sido el jerarca mayor de la iglesia, Pablo guarda absoluto silencio. Y cuando citó a quienes eran considerados “columnas” de la iglesia, mencionó a “Jacobo, Pedro y Juan” (Gálatas 2:9, NVI), sin destacar el liderazgo de uno por encima de los otros.
El silencio de Pedro
El enmudecimiento de todos los demás apóstoles y escritores se explica con el silencio total del mismo apóstol Pedro. Si él hubiese quedado como Papa, lo habría reconocido en sus cartas, como es de esperarse de una persona con un cargo tan trascendental. En cambio, y no por modestia, él solo se identifica como “Pedro, apóstol de Jesucristo” (1 Pedro 1:1). Y en su segunda carta, como “Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo” (2 Pedro 1:1).
Algunos han querido atribuir a Jesús con sus palabras de San Mateo 16:18 que el apóstol Pedro fue constituido como la “roca” de la iglesia. Aquí, es mejor que Pedro nos diga qué entendió él en cuanto a quién era la Roca. Leamos su testimonio ante los gobernantes: “Este Jesús es la piedrareprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo” (Hechos 4:11; la cursiva es nuestra). Es que Pedro nunca se creyó la máxima autoridad de la iglesia. Al contrario, cuando define el fundamento de la iglesia, reconoce a Cristo como la “piedra viva” (1 Pedro 2:4, 6-8). Él se miraba a sí mismo como un líder más entre otros. Así lo testifican sus propias palabras forjadas con su puño: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos” (1 Pedro 5:1).
Añadimos a todo esto que el apóstol Pedro, contrario a la práctica de sus supuestos sucesores, era hombre casado (ver S. Marcos 1:29-31). Como primer Papa, debió haber sido célibe, pero no lo fue porque Jesús nunca lo estableció como primer jerarca. Agregamos a esto que, en oposición a la práctica moderna de permitir que otro ser humano se postre ante un alto dignatario eclesiástico, el apóstol Pedro no aprobó ni avaló este tipo de manifestaciones cúlticas. No se postró ante ningún ser humano ni permitió que otro hiciera lo mismo. Hechos 10:25 informa que en una ocasión “cuando Pedro entró, salió Cornelio a recibirle, y postrándose a sus pies, adoró”. ¿Qué hizo el apóstol? La Biblia dice que “le levantó, diciendo: Levántate, pues yo mismo también soy hombre” (vers. 26).
Por otro lado, ¿quién llegó a ser Pedro luego de la cruz y de la resurrección de Jesucristo? Lo que tú y yo podemos llegar a ser por la misma gracia redentora que obró en él. Pedro fue un instrumento de Dios en la conversión al evangelio de unas tres mil personas (Hechos 2:41). Hoy, cerca del pronto regreso de Jesucristo a la Tierra, por la obra milagrosa del Espíritu Santo que obra en nosotros, igual podemos como el apóstol exaltar al Rey que esperamos y dirigir la atención de todos solo a Jesucristo.
Por
Juan Francisco Altamirano
El autor es escritor y ministro cristiano en Nampa, Idaho y coordina la labor de varias iglesias de habla hispana del Estado.
Fuente: el Centinela
0 comments :
Publicar un comentario
Comenta con respeto y espíritu alturado en el Señor.