ROMA acoge a varios cientos de miles de anglicanos que, con sus obispos y sacerdotes, pasarán a formar parte de la Iglesia católica. Pertenecen a la corriente tradicionalista del anglicanismo, que rechaza la ordenación de mujeres y de homosexuales. Los ministros casados que pasen al catolicismo se unirán a los sacerdotes católicos de rito griego, que también están casados. Por lo demás, no se les pide ningún cambio doctrinal, sólo que acepten la autoridad del Papa. Se constituirán en una prelatura personal, como la del obispo castrense o el Opus Dei, y podrán mantener sus tradiciones, ritos y peculiaridades en comunión con la Iglesia católica.
La noticia sorprende y tiene más consecuencias que las que surgen a primera vista. Por un lado, la acogida implica que no hay diferencias doctrinales importantes entre ambas iglesias y que el ministerio sacerdotal de los anglicanos se reconoce como válido. Se corrige así la decisión tomada el pasado siglo de no reconocer la validez de sus ministerios sacerdotales y la idea de que las diferencias dogmáticas y sacramentales impedían la unión de ambas iglesias.
La pregunta que surge es si esto no tiene consecuencias para otras iglesias protestantes. ¿No se han quedado obsoletas muchas de las causas teológicas e históricas que llevaron a la división de las iglesias? ¿No hay más puntos en común entre las iglesias ortodoxas y la católica que entre ésta y la anglicana? ¿No ha llegado la hora de replantear el ecumenismo y revisar las diferencias y disensos, resaltando la convergencia que se ha dado a lo largo del pasado siglo? ¿No tenían razón K. Rahner y H. Fries, cuando propusieron un plan de unión de los cristianos el pasado siglo? A la luz actual ni eran tan herejes los progresistas de entonces ni tan ortodoxos los que les atacaron.
La segunda cuestión que se plantea es la referente a la ordenación de mujeres y de homosexuales. Tampoco en el catolicismo hay consenso en ambas cuestiones, como ocurre en el anglicanismo. Hay obispos, sacerdotes, teólogos y fieles que consideran necesario un replanteamiento del rechazo actual, al que no consideran definitivo. Si en el futuro, con otro Papa, se admitiera la ordenación de mujeres y la legitimidad de la ordenación de homosexuales, a los que se exigiría lo mismo que a los varones y heterosexuales, ¿se podría llegar a una unión plena de ambas iglesias?
Si las únicas diferencias importantes, además de aceptar la autoridad del Papa, estriban en estas cuestiones, ¿no hay comunión de fe entre los fieles católicos y anglicanos que abogan por la ordenación de mujeres y homosexuales? Las nuevas causas de división no son entre católicos y anglicanos, sino que se dan por igual en ambas iglesias, con la diferencia de que los anglicanos han dado el paso de aceptar estas ordenaciones y todavía no lo ha dado el catolicismo. ¿Se mantendrá esto en el futuro?
Si hay sacerdotes católicos casados de rito oriental y de rito anglicano, ¿no ha llegado el momento de ordenar a casados en toda la Iglesia católica para que todas las comunidades puedan tener ministros y celebrar todos los sacramentos? ¿No ha llegado el momento de acoger en el ministerio sacerdotal a sacerdotes secularizados, que no tienen ninguna diferencia doctrinal con los célibes? La existencia de curas católicos casados y célibes, ¿no exige revisar la política celibataria que se impuso en el siglo XII, en contra de la practicada en el milenio anterior? ¿No ha llegado el momento del "aggiornamento ministerial" (puesta al día) que ya se planteó en el Concilio Vaticano II. ¿Se puede conceder a algunos grupos católicos lo que se niega a otros, sin que haya ningún problema doctrinal o dogmático?
El tercer milenio del cristianismo y la actual crisis de las iglesias cristianas exige valentía y creatividad. Retrasar las reformas por mero respeto al pasado y las tradiciones lleva a bloquear muchas posibilidades. El mundo ha cambiado y también las iglesias, desapareciendo muchos obstáculos para la unidad ecuménica de los cristianos. Ha llegado el momento de la fidelidad creativa a la tradición, mucho más cuando ya se han dado pasos que revelan que lo que separaba hace un siglo ya no es un obstáculo insalvable hoy. Si se tomaran medidas en esta línea, la anunciada integración de los anglicanos sería un gran paso hacia adelante.
La noticia sorprende y tiene más consecuencias que las que surgen a primera vista. Por un lado, la acogida implica que no hay diferencias doctrinales importantes entre ambas iglesias y que el ministerio sacerdotal de los anglicanos se reconoce como válido. Se corrige así la decisión tomada el pasado siglo de no reconocer la validez de sus ministerios sacerdotales y la idea de que las diferencias dogmáticas y sacramentales impedían la unión de ambas iglesias.
La pregunta que surge es si esto no tiene consecuencias para otras iglesias protestantes. ¿No se han quedado obsoletas muchas de las causas teológicas e históricas que llevaron a la división de las iglesias? ¿No hay más puntos en común entre las iglesias ortodoxas y la católica que entre ésta y la anglicana? ¿No ha llegado la hora de replantear el ecumenismo y revisar las diferencias y disensos, resaltando la convergencia que se ha dado a lo largo del pasado siglo? ¿No tenían razón K. Rahner y H. Fries, cuando propusieron un plan de unión de los cristianos el pasado siglo? A la luz actual ni eran tan herejes los progresistas de entonces ni tan ortodoxos los que les atacaron.
La segunda cuestión que se plantea es la referente a la ordenación de mujeres y de homosexuales. Tampoco en el catolicismo hay consenso en ambas cuestiones, como ocurre en el anglicanismo. Hay obispos, sacerdotes, teólogos y fieles que consideran necesario un replanteamiento del rechazo actual, al que no consideran definitivo. Si en el futuro, con otro Papa, se admitiera la ordenación de mujeres y la legitimidad de la ordenación de homosexuales, a los que se exigiría lo mismo que a los varones y heterosexuales, ¿se podría llegar a una unión plena de ambas iglesias?
Si las únicas diferencias importantes, además de aceptar la autoridad del Papa, estriban en estas cuestiones, ¿no hay comunión de fe entre los fieles católicos y anglicanos que abogan por la ordenación de mujeres y homosexuales? Las nuevas causas de división no son entre católicos y anglicanos, sino que se dan por igual en ambas iglesias, con la diferencia de que los anglicanos han dado el paso de aceptar estas ordenaciones y todavía no lo ha dado el catolicismo. ¿Se mantendrá esto en el futuro?
Si hay sacerdotes católicos casados de rito oriental y de rito anglicano, ¿no ha llegado el momento de ordenar a casados en toda la Iglesia católica para que todas las comunidades puedan tener ministros y celebrar todos los sacramentos? ¿No ha llegado el momento de acoger en el ministerio sacerdotal a sacerdotes secularizados, que no tienen ninguna diferencia doctrinal con los célibes? La existencia de curas católicos casados y célibes, ¿no exige revisar la política celibataria que se impuso en el siglo XII, en contra de la practicada en el milenio anterior? ¿No ha llegado el momento del "aggiornamento ministerial" (puesta al día) que ya se planteó en el Concilio Vaticano II. ¿Se puede conceder a algunos grupos católicos lo que se niega a otros, sin que haya ningún problema doctrinal o dogmático?
El tercer milenio del cristianismo y la actual crisis de las iglesias cristianas exige valentía y creatividad. Retrasar las reformas por mero respeto al pasado y las tradiciones lleva a bloquear muchas posibilidades. El mundo ha cambiado y también las iglesias, desapareciendo muchos obstáculos para la unidad ecuménica de los cristianos. Ha llegado el momento de la fidelidad creativa a la tradición, mucho más cuando ya se han dado pasos que revelan que lo que separaba hace un siglo ya no es un obstáculo insalvable hoy. Si se tomaran medidas en esta línea, la anunciada integración de los anglicanos sería un gran paso hacia adelante.
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