A sus 76 años, liderará la Iglesia bajo el nombre de
Francisco I. Era el único cardenal jesuita elector. Será el primer Pontífice no
europeo. La chimenea del Vaticano ha anunciado a las 19.07h. la elección del
Papa mientras una multitud aguardaba en la Plaza de San Pedro
El jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, es el nuevo Papa de la Iglesia católica, según ha anunciado el Protodiácono, el francés Jean-Louis Tauran, en el balcón de la Basílica de San Pedro. El nuevo Pontífice, que no estaba entre los favoritos en las quinielas previas, será el primero no europeo e hispanoamericano y asumirá el pontificado con el nombre de Francisco I.
Las primeras palabras del nuevo Papa fueron de agradecimiento a la
ciudad de Roma y para pedir una plegaria pública por Benedicto XVI: "Que el
Señor lo bendiga y la Virgen lo proteja". Al igual que en los últimos cónclaves,
ha sido rápida: la chimenea de la Capilla Sixtina ha emitido una fumata blanca a
las 19.06 horas de este miércoles, poco más de 25 horas después de la primera
votación y en la quinta ronda de votaciones, una más de las que fueron
necesarias para la elección de Benedicto XVI.
Se han cumplido los pronósticos de aquellos que auguraban, y
deseaban, un cónclave breve que ayudara a cerrar las heridas abiertas tras la
renuncia de Benedicto XVI. Con la elección en la quinta votación y tras dos
fumatas negras el cónclave iguala en duración a los que encumbraron a Juan Pablo
I y a Benedicto XVI y ya no supera a los que dieron por elegidos a Pablo VI y
Juan Pablo II, que duraron tres días. Desde el seno de la Iglesia consideran
normal que los cardenales hayan tomado dos días para “buscar consensos”, como ha
señalado esta mañana el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi.
El humo negro se ha elevado a las 19.06 por el cielo de Roma y las
campanas de San Pedro han comenzado a agitarse, convirtiéndose en la señal de
que un cardenal había logrado los 77 apoyos necesarios de entre los 115
electores para convertirse en el nuevo obispo de Roma.
El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, se ha esforzado esta
mañana en señalar que las dos primeras fumatas negras son “algo normal” y no
significan que exista una división fuerte entre los cardenales, “sino que forma
parte de una búsqueda normal de consensos”. En su comparecencia ante los medios,
Lombardi también ha asegurado que “es una buena hipótesis” pensar que la misa de
inicio del nuevo pontificado se celebre el martes 19 de marzo. Aunque antes,
claro, hay que tener Papa.
Miles de personas se han sobrepuesto a la lluvia para contemplar en
directo la fumata. Hoy, durante todo el día, la asistencia de público a la plaza
de San Pedro ha sido mayor que la de ayer. La posibilidad cierta de que hoy se
conociera al nuevo cabeza de la Iglesia ha animado tanto a los turistas como a
los romanos, pese a que el agua no ha dejado de caer en toda la jornada.
Al Vaticano ha acudido incluso el exjugador de baloncesto Dennis
Rodman, que viajado desde Corea del Norte para mostrar su apoyo al cardenal de
Ghana Peter Turkson, que podría convertirse en el primer Papa negro de la
Historia.
Los deberes que le esperan al
nuevo Papa
El nuevo Papa está trabajando ya, cuando aún faltan dos días para
entrar en el Cónclave y tres para la «fumata bianca». Sabe cuáles van a ser sus
«deberes», y busca ya las personas adecuadas para formar un equipo leal. Necesita un puñado de valientes
para una misión de alto riesgo durante los primeros cuatro o cinco meses,
hasta que consiga cambiar al
menos una parte de la maquinaria curial. Las prioridades identificadas en
seis días de reuniones de cardenales equivalen a los trabajos de Hércules.
Requieren una especie de «Superman» para llevarlos a cabo.
Hace falta un
Papa que llame, inmediatamente, la atención del mundo, como hizo Juan Pablo II
en 1978. Un Papa que conmueva los corazones de los católicos y de las
personas de buena voluntad. Que envíe un mensaje fraterno a los cinco mil
obispos y, al mismo tiempo, un mensaje de seriedad a los gobiernos de todo el
planeta.
Hace falta un
Papa que aplique una sacudida a la Curia en los primeros «cien días», y
deje la casa en orden antes de salir, a finales de julio, hacia la Jornada
Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. O hacia México para arrodillarse ante
la Virgen de Guadalupe, Patrona de las Américas, camino de Río. Un gesto que
electrizaría al Nuevo Mundo, el continente donde viven más de la mitad de los
católicos del planeta.
«Por favor, acepte»
El panorama que se abre ante el nuevo Papa es abrumador, casi
aterrador, y la primera idea que viene ahora mismo a la cabeza de cualquier
papable sensato es la de no aceptar. Quizá para salvar la vida. El caso de Albino Luciani, Juan
Pablo I, en 1978, está todavía fresco en la memoria. Aceptó una misión
superior a sus fuerzas físicas y falleció al cabo de un mes de vestir de blanco.
Su sacrificio no fue inútil, pues en aquellas cuatro semanas insufló tal humanidad al Papado
que hizo posible la elección de Juan Pablo II.
El mismo
peligro corrió Benedicto
XVIen la primavera de 2005, aceptando el cargo con 78 años, dos ictus
a las espaldas y un marcapasos que apuntalaba su maltrecho corazón.Los médicos le advirtieron que no
podría dedicar a su tarea el esfuerzo físico necesario. Tendría que
elegir entre recortar su actividad o, sencillamente, morir.
Los cardenales
le habían encomendado asegurar la continuidad con el gran Pontificado de Juan
Pablo II, quizá el más grande de la historia, y Benedicto XVI tomó
decisiones muy amargas para no fallecer en pocas semanas. Espaciar las
audiencias a autoridades y limitarlas a jefes de Estado o de Gobierno. Recibir a
los nuncios tan sólo una vez cada cinco años. Poner fin a la costumbre de
invitar gente a la misa de la mañana, a comer o a cenar, como hizo siempre Juan
Pablo II. En definitiva, ahorrar cada miligramo de energía para evitar un
desplome prematuro
El miedo de los
papables es perfectamente comprensible. Por eso, los cardenales que les
apoyan suelen pedirles que «si es elegido, por favor, acepte». Es lo mismo que
los mejores papables han escuchado estos días de labios de amigos y de algún
periodista: «por favor, acepte».
Transparencia
El primero de los «trabajos de Hércules» sobre la mesa del futuro
Papa es la reorganización de
la Curia vaticana. No es la tarea más importante, pero es la que va a
darle más quebraderos de cabeza. Y no se puede retrasar más. Los desastres organizativos que
han amargado los ocho años de Benedicto XVI pueden hundir también el
próximo Pontificado.
Es urgente
imponer niveles mínimos de transparencia y eficiencia que pongan fin a los
amiguismos y las parsimonias. Las grandes diócesis de Europa y Estados
Unidos funcionan muy bien pues mantienen esos criterios y cuentan con el trabajo
de excelentes profesionales laicos, hombres y mujeres, que saben llevar los
balances, administrar las propiedades, comunicar con los medios y proteger a los
menores de edad.
Del próximo Papa se espera un cambio cultural «revolucionario» para
la mentalidad italiana. Poner en cada puesto a la persona
que conozca ese trabajo y lo haga bien. Cesar, en lugar de ascender, a
quien cometa errores. Y promover una sana rotación entre la Curia vaticana y la
«misión» en primera línea al servicio de las almas.
Los nombramientos en la Curia duran cinco años. Quien acumule dos
quinquenios, o al máximo tres, debería volver por una temporada a su país o a
otro para dedicarse a las personas reales, a la catequesis y a los sacramentos.
Esa alternancia evita el
riesgo de convertirse en «apparatchiks» de un sistema que a veces
recuerda la etapa final de la antigua Unión Soviética, dominada por una
gerontocracia egoísta y sin corazón.
El cardenal de Nueva York, Timothy Dolan, comentaba hace unos días
a la CNN que «nosotros
buscamos un Papa que nos recuerde a Jesucristo». Esto es lo fundamental.
Según el exuberante purpurado americano, «le llamamos vicario de Cristo porque,
cuando le vemos, nos eleva inmediatamente hacia cosas superiores, hacia las
verdades eternas del hombre que se describió a sí mismo como la Verdad».
El «peligro americano»
A lo largo de la pasada semana, los cardenales han pedido de todo:
«necesitamos un pastor»,
«una persona alegre», «un Papa de gran corazón»… Por no hablar de «un
Papa que sepa comunicar con el mundo» o, repetidas veces, «un Papa capaz de
gobernar la Curia». El mejor resumen de todos esos requisitos lo hizo un jesuita
americano: «Los cardenales quieren a un Jesucristo con un máster en dirección de
empresas». Algunos
burócratas de la Curia, en cambio, desean un Papa dócil e incluso un Papa
gris, que no les cree problemas, mientras que temen a uno enérgico.
Un «ritornello» de las últimas dos semanas, cuando vieron el
peligro de un Papa americano, ha sido: «No hace falta un Papa sheriff
sino un Papa pastor». En definitiva, alguien que no intente meterles en
cintura y ponerles a trabajar. En medios curiales florece todo tipo de sabiduría
sobre quién no debe ser Papa. Así, por ejemplo, el filipino Luis Antonio Tagle,
de 55 años, no puede ser Papa porque es demasiado joven: «Necesitamos un Santo
Padre, no un Padre eterno».
En cierto modo, el trabajo «previo» a este Cónclave comenzó el
pasado mes de octubre durante el Sínodo de la Nueva
Evangelización. Se estudió a fondo el modo de presentar de nuevo el
mensaje de Jesús usando lenguajes nuevos y, sobre todo, el ejemplo personal.
Benedicto XVI, el único que sabía que el Cónclave estaba cercano, hizo sus
«deberes» nombrando por sorpresa seis nuevos cardenales –ninguno de ellos
italiano ni europeo– para completar el total de 120 electores.
En continuidad con los debates del Sínodo, la primera idea que vino
a la cabeza de muchos cardenales cuando recibieron la noticia-shock de la
renuncia del Papa fue: «Necesitamos un Evangelizador en jefe». Hace falta un Papa «misionero»,
que vuelva a predicar por todos los caminos de la tierra y en todos los
foros, los más prestigiosos y los más humildes. Tiene que ser alguien con los
rasgos de San Pablo, además de los de San Pedro. Pero llevar el timón de la
barca de la Iglesia es tarea imposible si un marinero está distraído, otro hace
lo que le da la gana y el de más allá se preocupa sólo de sus ascensos.
A lo largo de dos mil años, el cristianismo ha movilizado poderosas
energías para hacer el bien, desde los milagros de Pedro hasta
los de Francisco o los de Teresa de Calcuta. Hoy en día, al frente de la
mayor parte de las diócesis hay personas santas y valiosas.
Cúpula obsoleta
Hay también personas excelentes en la Curia vaticana pero, como organización, la cúpula de la
Iglesia católica resulta obsoleta. Es una jungla de departamentos –más de
un tercio innecesarios–, con demasiadas «cordadas» de peones leales a su mentor
y demasiado «carrierista», un tipo de clérigo más preocupado por sus ascensos
que por servir a los demás.
Desde el punto de vista de magisterio, Benedicto XVI bordó un Pontificado
de oro. Pero en gobierno fue de bronce y, en comunicación con los medios, de
barro. Nadie se lo reprocha, pues cada persona tiene sus límites físicos
y Benedicto XVI supo elegir las prioridades adecuadas a su edad y sus fuerzas.
Pero ha dejado tareas pendientes. Que ahora son los trabajos de Hércules de su
sucesor.
http://www.abc.es/sociedad/20130310/abci-trabajos-sucesor-benedicto-201303091714.html
Nota:
Quedamos sorprendidos por la elección del nuevo Papa y la preguntas que nos hacemos son:
¿Qué implica el nuevo Papa al ser Jesuíta?
¿Quiénes son los Jesuítas?
Estas preguntas las iremos contestando a través de nuestras publicaciónes
¡Maranata el Señor Viene...!
Nota:
Quedamos sorprendidos por la elección del nuevo Papa y la preguntas que nos hacemos son:
¿Qué implica el nuevo Papa al ser Jesuíta?
¿Quiénes son los Jesuítas?
Estas preguntas las iremos contestando a través de nuestras publicaciónes
¡Maranata el Señor Viene...!
Fuente: MENSAJE DE LOS TRES ÁNGELES
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